El trabajo: ¿bendición o maldición?

El trabajo forma parte de nuestra vida desde que Dios “tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Genesis 2:15).

En esta responsabilidad dada por Dios mismo, vemos que el trabajar no es una consecuencia del pecado, sino que Dios instituyó el trabajo con un doble propósito:

  1. Para que el hombre sea colaborador con Dios en el cuidado de la creación;
  2. Para que el hombre sea mayordomo de lo que Dios ha hecho. Teniendo en cuenta estos dos propósitos, el hombre es un siervo de Dios y tiene que cuidar y proteger la tierra y sus elementos, porque tendrá que entregar cuentas del resultado de su administración.

El Comentario Bíblico Mundo Hispano, dice que la palabra “cultivar”, del hebreo habad se traduce como “servir” en Éxodo 3:12”, haciéndonos ver con esto que “hay un acto de servicio y adoración a Dios por medio del trabajo”. El trabajo no fue resultado de la maldición, sino una responsabilidad asignada por Dios al hombre desde la creación para su sustento.

El trabajo es siempre visto en la Biblia como una bendición y una responsabilidad a llevar adelante. El apóstol Pablo lo deja claro cuando le escribe a Timoteo que “el que no provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo.” (1 Timoteo 5:8). Como podemos ver, para Pablo era preferible un incrédulo que un vago.

El apóstol no se queda ahí en su exhortación al trabajo. A los tesalonicenses les habla con singular dureza, cuando les ordena que “se aparten de todo hermano que esté viviendo como un “vago”, y les dice que “el que no quiera trabajar, que tampoco coma”, y los exhorta a “que tranquilamente se pongan a trabajar para ganarse la vida”. Para sustentar estos fuertes llamados de atención, se pone él mismo de ejemplo, junto con su equipo de trabajo, integrado por Silvano y Timoteo, diciéndoles que ellos no se aprovechan y les quitan el pan, sino que trabajan por ello a diario.

De hecho, Pablo trabajaba haciendo tiendas mientras predicaba, en lo que hoy sería ser considerado un misionero biocupacional (Hechos 18:1-4), aunque también supo recibir ofrendas para cumplir con su trabajo (Filipenses 4:14-16).

Por último, vemos en Jesús y el Padre el ejemplo mismo de la importancia de trabajar, cuando Cristo, en Juan 5:17, reconoce que “mi Padre aun hoy está trabajando, y yo también trabajo”. Esta frase fue dicha en medio de un debate con judíos, molestos porque Jesús había sanado un sábado, día de descanso para ellos. Con esto, Jesús pone bien en alto la importancia del trabajo, incluso en el día para descansar, no para negar la necesidad del descanso reparador, sino para poner en perspectiva la escala de hacer lo necesario sobre lo importante.

En otras palabras, el trabajo es una bendición para nuestra vida, Dios nos persuade a trabajar con esmero y responsabilidad para ganarnos el sustento diario, y a no ser flojos en nuestras tareas.

Daniel Castoldi, colaborador de la Revista VAMOS

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