En el medioevo, los cristianos tenían que preocuparse por las guerras santas y la peste, pero al menos no tenían grandes inconvenientes en aceptar las verdades elementales de la fe.
Durante la Ilustración, la iglesia tuvo que soportar las burlas de los racionalistas, pero a pesar de eso podía encontrar un refugio en los argumentos intelectuales y escribir apologías para responder con altura a los detractores. De una u otra forma, nuestros antecesores pudieron agarrarse a algunas verdades fundamentales y así evitar el naufragio de su fe.