Vivir entre los fulani: El viaje lleno de gozo de Christine

Christine se unió a una comunidad fulani en África Occidental hace cuatro años, movida por amor. Ella comparte su experiencia con las mujeres que la ayudaron a integrarse y a quienes desea presentarles el amor verdadero: el amor que viene de Dios.

“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
— 1 Corintios 13:4-7

Sébo fue la primera que intentó comunicarse conmigo en fulani. Se sentaba a mi lado y me hablaba con frases muy simples, siempre intercalando: “¿A famii?”
Por supuesto, yo no entendía ni una palabra. Entonces, ella repetía las frases de todas las maneras posibles hasta que yo exclamaba: “¡Ya entendí!”
Cuando comprendía una oración, continuaba con una nueva. Gracias a su perseverancia pudimos mantener conversaciones. ¡Mis primeras conversaciones en fulfulde! Ella fue la primera persona que realmente quiso que yo entendiera y aprendiera su idioma. Eso me conmovió profundamente.

Durante una de esas conversaciones, Sébo me dijo: “Me llaman Sébo, pero ese no es mi verdadero nombre, es Naima*”. Luego explicó: “Los demás me dicen Sébo porque soy la séptima hija de mi familia”. Me reí y le dije: “¡Entonces yo también soy Sébo!”. Ella respondió: “¡Debes haber entendido mal!”. Volvió a explicarme por qué la llamaban así, pero insistí: “¡Yo también soy Sébo!”. Le conté los nombres de mis seis hermanas. Entonces exclamó: “¡Ah, eres Sébo también! ¡Somos Sébo!”.
Cuando llegué, me dieron el nombre de Fatime, pero también podría haberme llamado Sébo, porque en realidad soy la séptima hija de mi familia.

El resto de su familia encontraba difícil creer que yo pudiera ser realmente una Sébo, diciéndome: “¡Los blancos tienen familias pequeñas!”. Así que les mostré una foto mía con mi familia y les dije: “¿Ven a ese bebé? ¡Esa soy yo!”.

Esta pequeña anécdota fue, en realidad, un acontecimiento importante en mi relación con Sébo, que consolidó una naciente amistad. En momentos y experiencias como este veo cómo Dios despeja el camino delante de mí. A pesar de ser blanca, crecí en una familia numerosa que se parece mucho a la de Sébo. Todos encontraron muy graciosa esa coincidencia.

Conocí a Sébo muy poco después de llegar a la comunidad fulani. Cuando la conocí, llevaba ya cuatro años casada y aún no tenía hijos. Esa situación era difícil para ella. Así que la acompañé al hospital, donde le recetaron varios tratamientos que finalmente la llevaron al embarazo. Sébo dio a luz a una niña.

Los fulani celebran los nacimientos con una fiesta al octavo día, conocida como la ceremonia del bautismo, porque es el día en que el niño recibe su primer nombre. Esto ocurrió en la casa de los padres de Sébo, en el campo, a 8 kilómetros de mi casa. Allí descubrí una familia muy acogedora. Como no tenía auto, iba en bicicleta cada semana. Siempre me recibían con calidez. Me sentaba en su estera y conversábamos. Sus padres eran tan amables y dulces conmigo como Sébo, y tan deseosos como ella de enseñarme el fulani. En ese contexto de inmersión casi total, continué aprendiendo el idioma mientras me adentraba en su cultura.

Realmente me acogieron como parte de su familia. Un ejemplo de ello ocurrió un día en que caminaba por el campo con las dos hijas menores. Un hombre fulani en motocicleta se detuvo, me miró sorprendido y frunciendo el ceño preguntó: “¿Quién es ella?”.
Sébo y Dèmo respondieron: “¡Es nuestra hermana!”. Él replicó: “¿Es fulani?”. Y ellas contestaron sin dudar: “¡Sí, es fulani!”. Entonces me habló y preguntó qué hacía allí. Le dije: “He venido a visitar el terreno de su padre”. Las hermanas me corrigieron de inmediato: “¡Nuestro padre!”, mirándome fijamente. Cuando el hombre se fue, Dèmo me dijo: “¡Oye! ¡También es tu papá, ¿no?! ¡No es solo nuestro!”.

Muchos meses después, durante un período bastante estresante, para ayudarme con una carga de trabajo pesada, Sébo y su pequeña se quedaron conmigo un mes. Una mañana particularmente difícil, me costaba motivarme para comenzar la tarea del día. Sébo me miró con dulzura y me dijo: “¿Nos ponemos a trabajar?”. Bajo su mirada y su presencia, me animé y me puse manos a la obra. Me dio mucho ánimo. Ese resultó ser el periodo más provechoso para mi aprendizaje del idioma, porque ella me hablaba todo el tiempo en fulani, que era, por supuesto, nuestro único idioma común. Repetir las mismas frases una y otra vez me ayudó a aprender mucho vocabulario y a reconocer y reproducir correctamente la estructura de las oraciones.

Ella se apartó de su rutina para ayudarme; estuvo ahí para mí. El tiempo que me dedicó, siendo esposa y madre, me permitió avanzar enormemente en el idioma. Gracias a ella y al tiempo que me regaló, pude mantener conversaciones con otras personas en fulani. ¡Qué alegría poder finalmente entender y ser entendida!

Para agradecerle su ayuda, le regalé un teléfono móvil con una aplicación de cantos cristianos en fulani. No sabía si le interesaría, así que simplemente se lo pregunté. Le puse la primera canción, que decía:
“Jesús me amó, me amó tanto que murió por mí. Murió por mí en el Gólgota. Jesús me amó tanto que murió por mí.”
Mientras escuchaba, una sonrisa suave se dibujó en sus labios y su rostro se iluminó. Llevando las manos al pecho, me dijo: “Fatime, esta canción es tan dulce para mí.” Le puse otras canciones y su alegría parecía crecer con cada una. Oro para que el Señor use estas canciones en su propio idioma para hablarle al corazón. Que el Señor transforme la vida de Sébo y la llame hacia Él.

Oremos

  • Por Sébo, quien ha tenido algunas influencias cristianas en su vida: que tenga el valor de permitir que Jesús ocupe su lugar en ella, y que comprenda que aceptar a Jesús no le hará perder su identidad, sino que, por el contrario, la encontrará en Él. Que la creencia de que ser fulani es ser musulmán sea abolida en su corazón.
  • Por Christine, para que pueda continuar su ministerio entre los fulani, sirviendo al pueblo que ama y mostrándoles el amor de Jesús y lo que significa seguir a Cristo.
  • Por la paz en la región y la armonía entre los pueblos, para que el evangelio de Jesucristo pueda echar raíces y florecer.

Por Christine*

Los nombres han sido cambiados por razones de seguridad.
Este artículo fue publicado originalmente por SIM Francia-Bélgica en francés.

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