Lo que mi corazón esconde tras hacer mucho a la vez
Hacer varias tareas a la vez puede lucir muy productivo, pero reconozco que debería llamarle mala mayordomía. No me refiero a escuchar música mientras limpio el piso y tengo la cena en el horno. Me refiero a sacrificar los regalos que Dios me ha dado en el altar de la productividad. La mirada de mis hijos y mi esposo, mi atención al encanto de sus sonrisas, el regalo de una conversación y el gozo de disfrutar el ahora. Todas esas cosas se desperdician por chats, correos y afanes que me hacen creer que son urgentes y quieren entronarse en el trono de mis prioridades.
Estudios indican que cuando intentamos hacer varias tareas a la vez, en el corto plazo se duplica la cantidad de tiempo que lleva realizar cada una y a su vez, la cantidad de errores. Aunque no fui creada para funcionar como un ordenador con múltiples aplicaciones abiertas, tengo que reconocer que el multitasking no es el origen del problema, es mi corazón dividido. Mis afectos fragmentados me halan y no me permiten amar lo correcto. Al final de cuentas no soy productiva, cometo errores y termino cansada. Si un día no es suficiente para todo lo que tengo que hacer, es probable que esté haciendo cosas a las que Dios no me ha llamado. Entonces por todo lo anterior, tengo que recordarle a mi alma:
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No soy omnipresente. Dios me ha limitado a un tiempo y a un espacio. No fui creada para estirar mi cerebro para hacer múltiples cosas a la vez.
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No soy omnisciente. No tengo que estar al tanto de todo lo que pasa en las redes sociales, no tengo que saberlo todo.
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No soy omnipotente.No tengo el poder absoluto de hacer todas las cosas y salir victoriosa. No soy Dios.
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No soy indispensable. No soy tan necesaria como a veces creo. Los correos no tienen que ser respondidos inmediatamente, mis notificaciones y chat no deben regir mis prioridades.
Betsy Gómez, media manager con el ministerio Aviva nuestros corazones