Gané un debate, pero perdí mi corazón

Con mucha vergüenza y sinceridad contaré una anécdota que espero sirva para la reflexión. En mis primeros meses cursando algunos estudios en apologética en una organización internacional, fui encontrando un mundo fascinante. Y caí en el uso inadecuado de esta herramienta y afloró en mí en “cristiano superior”. Recuerdo una vez haber ingresado a Facebook, a una página de filosofía, y comenzar a articular reflexiones sobre la existencia de Dios. Pero conforme me iban respondiendo y debatiendo mis ideas, un fuego en mí se empezó a encender y no era el Espíritu Santo.

Al final, “gané” el debate, pero perdí a las personas con las que conversaba y perdí mi corazón. Al final, un rato después, me sentí como un verdadero bobo. Esa experiencia me quedó para siempre. Nunca más volví a debatir en redes. Aprendí esto: un argumento te puede hacer ganar la conversación, te puede hacer perder a la persona. La apologética es el arte de escuchar y atender no solo a la pregunta, sino al corazón detrás de la pregunta.

Gracias a Dios he experimentado conversaciones hermosas con personas, que, a partir de las dudas y preguntas, he podido ver a Dios hacer algo en la vida de ellos y en la mía. Una noche fui a visitar a unos grandes amigos que no son creyentes, pero son mis hermanos. Antes de ir recuerdo haber orado y decirle a Dios: “por favor, permíteme tener un tiempo de conversación con alguno de ellos y de poder ver a la persona detrás de la persona”. Cuando llegué me senté al costado de un buen amigo y en un momento se volteó, me tomó del brazo y me dijo: “oye, tú crees que podemos conversar de algo menos superficial”. Él me dijo eso porque en principio sabe que soy cristiano y que tengo una afición por la apologética y la filosofía. Él acababa de tener un hijo y todo su paradigma de vida había sido interrumpido por el amor. Del ateísmo empezaba a considerar a un creador.

Yo estoy muy lejos de responder todas las preguntas, no soy un intelectual renombrado, pero aquel día el escuchar y compartir me llevó a conocerlo más y a ayudarle a darle sentido a su vida. Luego de ellos, le compartí libros y prédicas. Oro por él sé que Dios permitió ese encuentro no por mi conocimiento, sino por mi intención. El amor es la clave.

Juan Carlos Lynch, comunicador, estudiante de Apologética y Antropología cristiana

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