El envío de misioneros: Una práctica constante desde la iglesia primitiva

Dios es un Dios misionero. Debido a esto también el cristianismo es, en esencia, misionero. O, al menos, debe serlo si nos sustentamos en bases bíblicas (Mateo 20:19-20, Marcos 16:15, Lucas 24:47 y Hechos 1:8). Con esto quiero decir que, en caso de que un cristiano no esté involucrado de alguna manera en las misiones, no cumple con requisitos básicos que encontramos en la Palabra de Dios sobre el tema. Si tomamos las Sagradas Escrituras, encontramos que de Génesis hasta Apocalipsis Dios tiene un propósito que no cambia: que las naciones reconozcan su gloria (Salmos 67:3-4, Salmos 96:3, Salmos 117:1 y Apocalipsis 7:9).

Por esto, también es común ver en la Biblia envíos de personas a predicar a lugares en donde el Dios verdadero no es reconocido como tal. 

La primera expansión misionera de la Iglesia no fue producida por un plan sistemático, ni tuvo una organización cuidada y responsable, sino que fue debido a la persecución. Como podemos ver en Hechos 8:1, tras el asesinato del diácono Esteban, “se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén, y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria”. Hasta aquí, la Iglesia no venía cumpliendo con lo que se enseña en Hechos 1:8 (dar testimonio de Jesús tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra), sino que estaba contenida en Jerusalén, su lugar de nacimiento. Sin embargo, los que habían sido dispersados “predicaban la palabra por dondequiera que iban.” (Hechos 8:4). Los creyentes fueron dispersados, como se dispersan los granos para la siembra, y por donde iban sembraban la Palabra de salvación. Esto hizo que hubiera creyentes en Galilea, Samaria y Damasco. 

El comienzo de una organización en el envío misionero lo vemos en Hechos 13, cuando en la iglesia de Antioquía, el Espíritu Santo apartó a Bernabé, quien ya había sido enviado como misionero desde Jerusalén, y a Pablo, quienes, de allí, y juntos con Juan, viajaron hasta Salamina para predicar la Palabra de Dios. Este acontecimiento es crucial, no solo para la Iglesia, sino para la historia de la humanidad, debido al impacto que produciría este movimiento que estaba comenzando. 

En este hecho, además, vemos lo que podemos considerar un verdadero ejemplo a seguir en el envío de misioneros: 

1. No lo recibe alguien alejado de Dios, sino que se da en el contexto de la iglesia.

2. No se trata de un voluntario solitario que de un día para el otro decide irse a misionar lejos de su casa, sino que los líderes saben y reconocen el llamado.

3. No se trata de emoción circunstancial, o congoja por una etnia no alcanzada por puro sentimentalismo, o por cargo de conciencia, sino que está involucrado el Espíritu Santo.

4. Los líderes bendicen el envío, como podemos ver en la acción de imposición de manos que realizan. 

Por último, es digno de destacar cómo Pablo se convierte de enviado en envidador, cuando manda a Timoteo a los corintios para que les recuerde su manera de comportarse en Cristo (1ª de Corintios 4:17). Timoteo fue un notable caso de misionero, que acompañó a Pablo por Galacia, Troas, Filipos, Tesalónica y Berea. En este último lugar se quedó con Silas, mientras Pablo era enviado por la iglesia a Atenas (Hechos 17:14). Tiempo después, Pablo lo volvió a enviar de Atenas a Tesalónica (1ª de Tesalonicenses 3:1-2) y, finalmente, se reunieron en Corinto (Hechos 18:5), donde se quedaron durante un tiempo (1ª de Tesalonicenses 1:1).

Como podemos ver, el envío de misioneros era una constante en los tiempos de la iglesia primitiva. Así se produjo la expansión del Evangelio y así debe seguir siendo hoy, para cumplir con la demanda de la Gran Comisión.

 

Daniel Castoldi, colaborador VAMOS

 

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