Salir del campo y en busca de un “nuevo hogar”

Cuando salí al campo enviada por mi iglesia, sentí que por fin estaba llegando al lugar que Dios tenía para mí, lugar en el que podría estar por el resto de mi vida. Como salí con una organización que facilitaba esta transición, inmediatamente tuve una orientación, un equipo, un sentido de pertenencia y también una “iglesia”. El proceso de aprendizaje del idioma fue desafiante y fue una aventura. La gente local, acogedora y hospitalaria, pronto me hizo sentir a gusto. 

 

Luego de los meses del programa de inmersión, comencé a servir en un proyecto, por lo que me sentí más participativa en la sociedad. Pasaron los años… de continuo aprendizaje, de gozo de compartir la Palabra con aquellos que nunca oyeron, de momentos tristes, de trabajo exitoso y también fallido, de muchos cambios, de incertidumbres y certezas…y pasaron más años… Ya el campo era mi hogar, sentido más que mi país de envío. De pronto (aunque lo veía venir) llegó el momento de regresar. Vi la necesidad de mis padres en su ancianidad y su imposibilidad de continuar viviendo independientemente. Sabía que así como ellos habían honrado a Dios en su vida, yo debía honrarlos y a Dios apoyándolos en esta etapa de su vida. Quería apoyarlos en esta etapa. Y regresé. Pensé que sabía lo que implicaba, el choque transcultural en reverso, a qué cambios me iba a enfrentar. Pero no contaba con el choque de las pérdidas y por más que conociera el proceso con la razón, éstas pasaban por el camino de las emociones. Me englobó una nube de tristeza.

 

No pasaba un día que no regresara en mi mente al campo. Luego llegó el enojo. “¡Señor, no quiero estar acá!” Y culpa… por no estar contenta al hacer la voluntad de Dios, por no servir con alegría ni de la forma que sentía que debía hacerlo. Sentía que me había despojado de todo, que no tenía nada y que no era nada. ¡Me había “jubilado” no solo de mi trabajo sino de todo el entorno de mi vida! Ya no tenía el trabajo que amaba, ni sostenimiento, ni mis amigos, ni mi iglesia enviadora (por situaciones de ella). Mi rol había cambiado, y todavía no comprendía como vivirlo. Mi identidad era otra, y ya no tenía control sobre mi vida, ya que estaba determinada por la situación de mis padres. ¡Buen lugar para estar! ¡Buen lugar para que Dios pueda comenzar a construir de nuevo! 

En mi tiempo diario con Dios, Él me reconfortaba. Sentí que aunque estaba pasando por tantas emociones, Dios veía mi corazón y me comprendía y estaba allí conmigo. Aunque los que me rodeaban no sabían ni entendían lo que me estaba pasando, Dios sí. Y me miraba a través de mis pérdidas, comprendiendo la tristeza, el enojo y la culpa y trayendo consuelo. Conversé con una amiga que también había salido del campo y tenía sentimientos similares a los míos. Recordé un apunte sobre el duelo que tenía guardado y lo busqué, viendo que mis sentimientos eran similares a los que detallaba el apunte. Entendí que estaba en un proceso de duelo por las múltiples pérdidas ocasionadas por salir del campo. 

 

¿Qué hacer? Me sentía sola en todo esto. Dios proveyó primero dos personas cercanas con las cuales pude comenzar a expresar mi dolor. Eso me permitió luego compartir más abiertamente con otras personas en un retiro de obreros transculturales, donde se trataron los cambios, las pérdidas, y el duelo. Pude no solo saber, sino comenzar a sentir que estaba en un proceso normal, y a no sentir vergüenza por ello. Escuchar testimonios de otros y ver sus propios duelos y procesos y la obra maravillosa de Dios en ellos me animaron y consolaron. Todavía estoy en proceso, pido a Dios que me construya y me haga florecer en este “nuevo” lugar al que me ha vuelto a traer. 

 
Autor anónimo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *